Son las 3 y la rutina se repite por cuarta vez, igual al número de pastillas que me mantiene con vida. Como el color sonido, la lengua permite hablar igual que las cicatrices de la lluvia. El elevador averiado se transformó en escalones por los que desciende a toda prisa el mismo canal acuático de agua salada que luego se almacena en un trozo de recuerdos; los violines y los ladridos son medios de transporte poco convencionales, por tanto efectivos, que jamás han detenido a nadie, en especial al sigilo. Los sentimientos se vuelven texturas y la ignorancia nos enseña una lección, el hilo fuera de lugar tras la llama de carbón incinerado provocado por un haz fugaz de humo después de 100 segundos igualados a la eternidad. La madera, como Alicia, se encoge en la harina que crece y la voz se apaga porque la incertidumbre existe.
Son las 4, han pasado 36 eternidades y Alicia sólo estaba soñando.
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