La infelicidad se fue formando de coincidencias equivocadas, defectos a propósito, palabras a la medida del orgullo... Pero te sigo queriendo, como desde la primera vez que me pusiste nerviosa, como cuando te adueñas de mi frente con tus labios... así, yo creo que vale la pena —si vos también sos infeliz— corregir las acciones de plástico que colocamos en el lugar de las sonrisas enmarcadas; porque ¡aceptemoslo! Así de lejos, como ahorita, yo te pienso y por eso tocás, por eso vivís, por eso escribís, por eso sos quién sos cuando yo quiero... aunque ni siquiera reconozco tu voz, el conocimiento de vos nadie me lo quita, porque cuando duermo es hora de nuestros encuentros furtivos y ya de día, sólo te veo en medio del aburrimiento, cuando las ilusiones reales se vuelven superfluas, cuando la obligación es mentir para sostenerse. Entonces, ¿vale la pena seguirte imaginando?
«...no se puede obligar a nadie a ser feliz.» Jorge Luis Borges