Sus piernas no se mueven, pero sus lágrimas corren a una velocidad incontrolable; su único confidente no puede aconsejarle porque el silencio acontece súbitamente cuando es necesario — como en esta ocasión. Cada palabra que inundaba su interior, prisionera dentro de sí en público; era, ahora, una de aquellas lágrimas libres en el silencio que inundaba la habitación blanca ligeramente oscura a causa de remembranzas y omisiones que contribuían a la alegría de la tristeza por su liberación y, a la tristeza de la alegría por su esclavitud. Se siente utilizada, se siente desgastada, se siente cansada: se siente como siempre; porque inocentemente creyó que esta vez sería diferente. No tenía ilusiones... el error talvez fue esperar, como las anteriores veces. No la desilusionaron, ella se desilusionó. Su vida sobrevive sobre un cementerio de adrenalina intravenosa que no murió en batalla sino falleció de envejecimiento prematuro. Debería sentirse también desdichada, puesto que lle
«...no se puede obligar a nadie a ser feliz.» Jorge Luis Borges