Como Casares, mi pesadilla continúa... no sólo continúa sino que es constante, como un laberinto en el que te divertís las primeras horas, pero al no encontrar salida te desesperás y llegás al punto más cercano a la verdad: la resignación; es que hasta que uno se resigna es capaz de ver las cosas como son y no como las ves, es capaz uno de soltar las apariencias en el drenaje y poner la cara, es capaz uno de rebajarse y, a veces, hasta denigrarse, cosas que no suceden cuando uno se anda con normalismos cotidianos vespertinos. En apariencia mi error es uno, pero en realidad mi error es otro: el inicio. Errar no significa equivocarse, pero a mi me sucedieron ambas cosas, o sea, no me sucedieron las sucedí. No sucede siempre, pero cuando sucede, sucede del modo grosero y eso de sentirme bien siempre, a mi (y creo que a todas las personas que conozco) jamás me sucede. Mientras el té se enfría yo tengo la mirada fija más encontrada que nunca y me doy cuenta que no es té sino café
«...no se puede obligar a nadie a ser feliz.» Jorge Luis Borges