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EEC (Día de robot)

Me dirigía del celeste intenso al tenue de un cielo despejado, por aquella calle de siempre en el día 1638 de aquel año que se había hecho cinco, no tenía cabeza para otra cosa más que para el miedo —si es que entonces se tiene cabeza. Estaba concentrada, algo me decía que el cielo vaticinaba mi vida como una esfera de cristal.

Llegué y, aunque aquella confianzuda mujer dijo recordarme, estaba segura de no tener ni un tan solo recuerdo vagabundo de ella. No era exactamente un hospital, pero tenía el mismo olor a malas noticias ese aroma a demasiado limpio combinado con humedad y fetidez provenientes de cadáveres que se mueven "conscientemente" podridos de conciencia: los pacientes. Pero no es sólo el olor, sino también los sonidos: a puertas, a teléfonos sonar, a desesperación y pensamientos (es decir, gente caminando sola con la vista en algo imaginario), las voces de valientes porque en esos lugares es preferible callar ya que elevan en gran escala los decibeles de tu voz y ya no quedan secretos y el más característico: el sonido de soledad que impregnaba los pasillos; Válgame que era algo más 'profesional' y no me encontré con el ruido propio de la enfermedad: el llanto.

Como raras ocasiones, se me hizo escasamente temprano y cuando se tiene miedo es preferible la rutina, ¿miedo? sí, nadie puede decir haber experimentado el miedo verdadero mientras tenga el control de su cuerpo; por eso estaba asustada, porque aunque sea una persona sensata mi cuerpo se deja llevar por los estímulos, estímulos a los que me encuentro vulnerable mientras los trozos que avivan el fuego de mi vida no se agoten, mientras me dicen "todo es posible", mientras pienso "¿qué es lo peor que puede suceder?", mientras el vómito provocado por haber percibido los estímulos sale inevitablemente en un pequeño brinco y como ya cedí mi necedad no se da por bien servida y permanece, al brinco le sucede una danza en un lenguaje extraño e inconsciente y todo eso me lleva a la estúpida dependencia.

Por eso estoy aquí, porque del amor imperfecto no sale nada perfecto y no soy la excepción, por mi encanto de convertir todo en un imprevisto pretexto mal elaborado, por inconsciente — o quizá por demasiado consciente—, por una fusión de cosas fuera de lugar y, sobretodo, por lo que todo el mundo cree utilizar de "consuelo" para mí: "Porque así es la vida y ni modo".

No existe grillete más insoportable y prisionero que aquel del cual posees la llave, pero no debes usarla. En situaciones como esta la gente suele confundir felicidad con irresponsabilidad, restricción y marginación con protección, regaños con consejos, enfermedad con anormalidad, inutilidad, fealdad y estorbo; pero no, no es sólo en estas situaciones, esto me suena a la vida diaria.

Bueno, ya me encontraba ahí dispuesta no a enfrentar el miedo sino a dejar que pasara el momento colocando sobre él una almohada mental llena de pensamientos "positivos", lamentablemente, a mi signo positivo mental le falta la línea vertical así que no tenía mucho caso seguir con la estrategia. Ahora entiendo porque el miedo siempre gana, se alimenta de sensibilidad y esa si que tengo en abundancia desde mi lagrimal hasta la punta del dedo meñique del pie.


Luego de contar mi "¿por qué te hacemos esto?" como le llamó aquella que decía conocerme y que yo no recordaba y a la que, ahora que lo pienso, ni siquiera pregunté el nombre, lo cual consistió en mi historial de hace un poco más de 5 años atrás que para ella significó lo mismo que para mí significa leer un libro de historia, dio inició el proceso oficialmente. 

Me habían dicho muchas cosas sobre mi cabello, pero jamás como lo que escuché aquel día que me hizo sentir tan poco adulta. Después de formar calles y despeinar mi cabello con aquel peine, era hora de fusionarme a la máquina: los cables. Primero en las manos, luego vinieron a poblar aquella colonia de cuero cabelludo recién marcada y por último unos cable-pendientes en las orejas, para completar el estilo robot-zombie que todo lo anterior me daba contrastado con mis oscuras ojeras formadas hace ahondado tiempo por mi conciencia y que cada desvelo hacía notar como delineador. Procedió, los ojos cerrados, la música extraña, las peticiones pausadas, la cosa era mostrar mi miedo y quizá por eso nunca salió: sabía que todos lo esperábamos. Con todo aquello conectado a la cabeza yo me preguntaba si aquella confianzuda mujer era capaz de ver mis pensamientos, como no estaba segura de ello y no podía preguntar ya que no debía hacer nada que no me fuera pedido (la costumbre ayudó en esto último), me esforcé en guardar mis pensamientos en un cofre para tirarlo en medio del mar formado por neuronas donde ella estaba buscando, pero no iba a poder abrirlo; pero salió a la inversa y parecía que el mar de neuronas se convertía en pensamientos y las neuronas se escaseaban escondiéndose en el cofre como para que yo quedara en evidencia.

Con todo esto en mi cabeza, aquella desconocida me pedía cosas como respirar por la boca y no me explico como sabía cuando me cansaba de hacerlo, la máquina se lo decía; ella veía mi cuerpo, mis pensamientos... a mí donde yo sólo veía un puñado de líneas dibujadas al azar.

No fue tan malo como recordaba y eso que no recordaba nada, al salir ya sólo llevaba el cabello despeinado, la molestia de un cable en la parte baja de la cabeza, unos cuantos parches pegados aún al cuero cabelludo y la misma desubicación que un niño de kindergarden resolviendo un puzzle.




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