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DIAGNÓSTICO DE REALIDAD

El delineador corrido mostraba el desastre que la atravesaba: demasiados sueños para ser reales, los mismos sueños que se desvanecieron con las tazas de insomnio que ella se tomó. El exceso de realidad era evidente en sus ojos.

Tenía una cara expresiva, no cuando gesticulaba sino por la plaga de cicatrices que no había podido permitirse combatir; sin mencionar las ojeras, las mismas que le  servían para amar y todas las demás marcas que hablaban más de si misma que lo que yo hubiera podido ser capaz de descubrir en años de amistad.

¿Cuántas decepciones son necesarias para regresarnos a la insensibilidad? ¿cuántas realidades nos devuelven a nuestra propia realidad? ¿cuántos chasquidos necesitamos escuchar para dejar de recordar? ¿cuántos payasos necesitamos para encontrar la felicidad? ¿cuántas compañías hay que perder para no dejar de ser? ¿cuántas veces tiene que suceder para que deje de suceder? Para avanzar una milla, a veces, solo es necesario quebrarse un momento para luego tener la capacidad de mirar atrás sin correr el riesgo de retroceder.

La puntualidad tardaba, ella culpaba a la memoria, al descuido, a la imaginación e inclusive, al ficticio destino. Ella era la persona de las ideas correctas y las acciones equivocadas, la puntualidad jamás llegó en la forma en que ella la esperaba: sueños hechos realidad. Ella comprendió, se decidió, aprendió que el ahora es movido por el ayer, pero sobretodo, aprendió que  el verano también congela.

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